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Las Bodas en tiempos de un consumismo desenfrenado, cuando nada alcanza para ser feliz.

Foto del escritor: Paula AbreuPaula Abreu



Hace tiempo que no escribía un blog, tenía como un bloqueo y para serles honesta una “auto censura”. A pesar de que mi carrera como wedding planner se vio muy beneficiada e impulsada por mis blogs llenos de “netas” e irreverencias (su nombre lo anunciaba, “La cruda verdad de las bodas”), en 2020 me contuve y dejé de compartir muchas cosas que fui guardando para mí. 


Retomar el hábito de la escritura ha sido uno de mis grandes retos del 2024. Lo que antes no me costaba ahora se volvía un reto y muchas veces me daba miedo decir algo que “alguien” pudiera tomar a mal. 


Este año cumplí “la mayoría de edad” en la industria de los eventos y con ello llegó una etapa de madurez como wedding planner y empresaria. Una época de muchos aprendizajes y de ser consciente de todo el camino recorrido con aciertos, desaciertos, alegrías y tristezas que he vivido como profesional y que me han permitido darme cuenta de que a lo que nunca debes de renunciar es a tu esencia… y escribir y decir lo que siento es parte de lo que soy. 


No sé si sea la edad (¡sí! ¡maldita vejez! jajajaja), la experiencia y los aprendizajes, pero este año me “cayeron muchos veintes”. Me di cuenta cómo han cambiado las bodas y los eventos. Algunos hablan de “evolución” y no sé si sí estamos evolucionando o simplemente estamos “fuera de foco”, haciendo mil cosas para “subir de nivel”, pero perdiendo de vista lo verdaderamente importante. 


Lo que sí sé es que veo a muchas parejas extremadamente preocupadas por la decoración, los detalles, el lujo y con ello el presupuesto. Mi whatsapp y el de mi equipo “explota” los fines de semana llenos de mensajes con peticiones, fotos, reels, tik toks con tendencias, las bodas de “la crema y nata”, la influencer, el artista; decoraciones donde no puedes meter ni “un alfiler” más de lo cargado, conceptos que van -como decía mi abuelita- de “chile, de dulce y de mole” con tres mil actividades de una boda en donde parece un desenfreno total, un show para asistentes, pero también para espectadores de las redes sociales. Un frenesí de ¡QUIEEEEEEROOO TODOOOOO! en donde lo más importante a veces se olvida. 


Hemos perdido de vista el gran privilegio que tenemos como seres humanos por el simple hecho de celebrar una boda, coincidir con tu significant other en esta vida y tomar la decisión de compartir un camino juntos y poder hacerlo rodeados de sus seres queridos. Este “simple” hecho es un gran regalo de la vida y si a esto le sumamos tener la oportunidad de organizar una fiesta con banquete, flores, música, fotógrafo y demás es EL PRIVILEGIO ¿por qué no somos conscientes de esto? 

Pareciera que la boda se ha vuelto una gran competencia social, un “barril sin fondo” de exigencias, happenings y detalles en donde el amor (lo más importante) pasa a segundo termino. 


Vivimos enloquecidos consumiendo un montón de cosas que son totalmente innecesarias. Nos sentimos tan vacíos que necesitamos mil cosas para sentir que el vacío existencial se llena. Desde hace muchos años tengo una teoría que hoy en día me hace mucho sentido, la he compartido con amigos y colegas y hoy me hace mucho sentido compartírselas:  


A lo largo de los años he caído en cuenta de que mientras más dinero busque gastar, más detalles exija, más happenings solicite y más decoraciones requiera para impactar a todo el mundo, más vacía está la relación de la pareja. Pareciera que hay un hueco emocional que se quiere llenar con cosas que simplemente nunca son suficientes. No importa cuánto se gaste, siempre se quiere más. Hoy es la boda, mañana son los hijos, la mejor escuela para ellos, una casa más grande, un mejor auto, una mejor colonia, más compras, más viajes, más y más compras por internet de cosas que son innecesarias y todo para qué ¿Cuál es el vacío que tenemos que llenar y del que no estamos conscientes y nos volvemos víctimas de esta necesidad de consumo desenfrenada?


Como eventistas vivimos una carrera de competencia, de mostrar y hacer bodas con mayores presupuestos, sentirnos los “Gonzalez- Helfon” y “Kischner” aunque sea sólo para la foto del Instagram. ¡QUE SE NOTE!, mega producciones de semanas completas para una boda que dura máximo 12- 14 horas ¿Por qué no nos detenemos a decirles a los clientes un “no necesitas tanto”? Al contrario, sumamos y sumamos, enviamos “cuentonones locos” llenos de cosas totalmente innecesarias y el problema es que no hay “llenadera”, el cliente quiere todo… ni siquiera es consciente de su presupuesto, pero está en modo ¡DENME TODO! 


Si antes teníamos seis u ocho proveedores en un evento, ahora tenemos veinticuatro, treinta, treinta y cinco o más y es cierto, ahora creamos experiencias espectaculares, hacemos magia, pero ¿qué tanto de eso que nos pide el cliente realmente hace una diferencia en la experiencia? ¿por qué caemos en este juego de querer vender más eventos con más presupuesto, más producción, más flores, más happenings? ¿por qué caemos en el juego del consumismo? ¿por dinero? 


Un día comentaba en una de mis redes sociales acerca del consumismo desenfrenado en las bodas y uno de mis contactos opinó que qué bueno por nosotros, que mientras nosotros cobremos eso significaba buenas noticias para el negocio. Sería hipócrita negárselos, vivo de este negocio, no somos caridad, no me malentiendan, no estoy en contra de realizar producciones de millones pero sí creo que todo gasto tiene que sumar a la experiencia y debe de estar justificado. Lo que la gente gasta en cada boda se ha vuelto una locura y sí, eso implica más derrama, pero soy de la mentalidad de que un negocio tiene que ir más allá de hacer dinero como objetivo. Sí creo que los negocios deben de tener un propósito, deben de ser creados con chispa (alma) y corazón, no sólo por dinero. Cuando haces bien tu trabajo y ofreces valor a través de tu producto y servicio, el dinero es una consecuencia. Si el cliente quiere gastar millones en un evento porque los tiene y quiere darse el lujo es libre de hacerlo, pero como eventistas debemos cuidar cada peso invertido y hacerlo valer, dejemos de vender por vender y sumar cosas que no aportan nada a la experiencia. 


Les juro que me encantaría no cuestionarme tanto y no tratar de “buscarle tres pies al gato”, “embolsarme” el dinero sin preguntarme qué rayos está pasando con la gente y por qué necesitan tanto para “vivir uno de los mejores días de su vida”, pero no puedo, siento que la gente está totalmente desenfrenada y que con nada son felices, que sienten que cada vez necesitan más y más y eso finalmente nos va a repercutir como sociedad y como sector. 





Como wedding planner les puedo compartir que el servicio se está volviendo sumamente caro. Cada vez necesitamos más personal en la oficina y en evento para poder dar seguimiento y ejecutar hasta el más mínimo detalle que el cliente requiere. Para las parejas que sueñan con una boda “instagrameable” se está volviendo básicamente imposible tener una boda sin tener a alguien que les ayude con la coordinación por la cantidad de detalles que deben de cuidar. Hoy en día las bodas dejaron de planearse para que los novios las disfruten y empezaron a planearse para “sorprender” a todos los invitados. Ya no se celebra sólo el amor, ahora también celebramos al “borracho” (con los capitanes de mesa), a la que se casa la siguiente semana, a la recién graduada, al cumpleañero y todo lo que se les pueda ocurrir con un happening o detalle que tiene que salir en tiempo y forma, deberá ser fotografiado o grabado en video para poderlo subir a redes sociales con el filtro y el hashtag de la boda para que todo mundo lo vea (sé que parece tonto, pero así están funcionando las bodas hoy en día). Son tantos los detalles que necesitamos un “ejército” de personal, antes y durante el evento, para que todo suceda. 


Ha sido un reto mantenerle el ritmo al mercado, las tendencias cambian constantemente hay infinidad de actividades que se ven en redes sociales, pero que en la realidad sólo generan un gasto excesivo y realmente no generan ningún impacto en la memorabilidad del evento, pero ¿cuántos de nosotros se los decimos a los novios?


Para cerrar, sólo me gustaría compartirles que mi compromiso como profesional de la industria de los eventos es el de guiar a nuestros clientes para que vivan una experiencia memorable en sus eventos cuidando y maximizando los recursos de los clientes y creo que como industria ese tendría que ser nuestro objetivo. 


A todas las parejas que están viviendo su proceso de planeación, antes de caer en esta carrera de consumismo y de la que las redes sociales son grandes incitadores, sean conscientes del gran privilegio que tienen tan sólo por el hecho de poder planear una boda. La boda es para ustedes, vívanla, disfrútenla, no necesitan demostrar absolutamente nada a nadie y si sienten que sí, tal vez es el momento de cuestionarse por qué sienten que tiene que ser así. 


Las bodas se vuelven un gran proceso de crecimiento en pareja, es en el proceso de planeación que muchas parejas aprenden a negociar y que reconocen muchas prioridades que tienen como pareja y que antes no conocían. En ese sentido también se puede volver un gran proceso terapéutico, pero para que realmente sea terapéutico hay que ser consciente de las emociones, miedos y vacíos existenciales. No es normal que necesitemos tanto para ser felices. Es momento de cuestionarnos ¿por qué creemos que sí? 



¿Qué es lo más importante para ti al planear una boda?

  • 0% El diseño y la decoración

  • 0%La experiencia de los invitados

  • 0%Disfrutar el día sin preocupaciones

  • 0%Crear recuerdos significativos con mi pareja

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